Café musical

19 sept 2009

7:19

Ese 19 de septiembre de hace 24 años me levanté temprano, eran como las 5 de la mañana. Estaba hospedado en el hotel Regis, para recordar mis tiempos de universitario, ahí viví durante toda mi carrera. Me bañé, y bajé al famosísimo restaurante que estaba en el segundo piso del hotel donde ya me esperaba Don Pancho. Don Pancho fue como mi segundo padre, en cuanto lo conocí aquel 1954 en ese mismo café, nos hicimos bien amigos, o cómo dicen los jóvenes, nos hicimos bien compas...
-¿Qué va a ser ahora m'ijo?-.
-Lo mismo de siempre don Pancho-.
-Válgame la merced, tiene usted pidiendo lo mismo desde que llegó como colegial-.
-JAJAJA, ay don Pancho, usted sabe que los chilaquiles de aquí son únicos-.
-Eso sí Polo, siéntese, ahorita se los traigo-.
Comí bien a gusto, me despedí de Don Pancho, pedí el carro al valet y salí rumbo a Bucarelli, donde ya me esperaba el antipático Manuel Bartlett, secretario de Gobernación y mi jefe directo. Eran como las 7:00 cuando llegué y ahí ya estaba mi jefe, ni tantito dudó en empezarme a dar órdenes, me fuí a mi oficina, empezé a marcar mil números, incluído en el teléfono rojo que va directo a Palacio Nacional.

Era un día completamente normal, termine de hacer las llamadas como a las 7:18 y me fuí a hablar con Guiterritos acerca del juego que se veía venir para el sábado. Cambió de minuto, 7:19 los primeros diez segundos, todo normal...
-De la Garza, dice el licenciado de la Madrid que...
Y empieza el batidero, Bartlett y yo salimos volando hasta el baño, Guiterritos salió volando por la ventana, las máquinas de escribir calleron al suelo, unos cuantos escritorios estaban aplastando a las secretarias quemándose con el café recién hecho, fue eterno, 45 segundos se dicen fácil, pero en un temblor así de fuerte parecían horas.
-¿Están todos bien? Rápido, vayan con sus familias, les doy el rato libre, me regresan después de la hora de la comida-.
Como torpedo salí de Bucarelli hacia Tlatelolco, donde estaba mi familia... Mis ojos no podían creer lo que veían, en cada manzana había fácil como dos edificios venidos abajo, escombros por todos lados, hasta en las calles. El terremoto había sido de 8.1 grados Richter, increíble.

Llegué... el edificio Nuevo León se había caído, corrí hacia el Chihuahua y mi Dianita y los chavos estaban bien escamados, pero bien, no había pasado nada de gravedad. Rápido corrí a ayudar a la gente que estaba sacando a otra gente del derumbado edificio Nuevo León. Sacamos a bastante gente, la mayoría fallecida. Había unos jóvenes vesitdos de anaranjado, que después de ese día se convirtieron en los famosos Topos. De repente me acordé de Don Pancho y salí disparado hacia la Alameda Central, donde se encontraba el hotel Regis. Helado, mi casa durante tantos años, estaba hecha literalmente mierda, solo quedaba un pedazo del edificio principal y otro del Capri.

El mítico letrero yacía en el suelo. Corrí a ayudar a la gente y fuimos sacando una por una, raspándonos las manos cada vez que sacábamos escombro. Hasta que salió Don Pancho, pobre viejo, apenas si estaba vivo... Por dentro yo estaba hecho pedazos. Sus últimas palabras cuando lo íbamos llevando a la ambulancia fueron: ¿Qué chingados pasó aquí m'ijo? Y en cuánto lo subimos, falleció; no pude evitar sacar unas lágrimas... Después puse mi mirada en el reloj que estaba contraesquina del Regis, se quedó trabado a las 7:19 de la mañana, se me iba a quedar grabado ese reloj hasta estos días. Me subí a la ambulancia para ver que se podía hacer por don Pancho. Obviamente me dijeron que ya había fallecido y que lo iban a mandar a la morgue, mientras se calmaba todo y ya después me lo entregaban para darle santa sepultura.

Regresé al Regis por mi carro y me fuí por toda la ciudad a ayudar a más gente, ya no regresé a Bucarelli. Mientras pasaba por las calles, ví que Televisa había quedado completamente devastado, al igual que el hospital Juárez. Seguimos sacando gente por todos lados, era increíble la solidaridad de la gente, la mayoría eran chavos, algunos adultos jóvenes, la Cruz Roja y el Heroíco Cuerpo de Bomberos de la Ciudad de México. De mis jefes ni sus luces. Intenté hacer una llamada telefónica pero bastantes líneas estaban caídas. Pasó todo el día, y todavía había mucho trabajo por hacer. Al final, me tuve que regresar a pie, mi carro se quedó sin gasolina y el metro estaba también hecho pedazos, porque la luz se cayó también.

Al día siguiente, en la tarde, mientras seguíamos sacando gente, una secuela de 7.4 grados Richter, todos salimos volando de la lomita de escombros ahí por la Colonia Roma. Y la gente se espantó más aún. La red de radioaficionados de la Ciudad fue vital para que el exterior pudiera mandar ayuda, aparte de los corresponsales de varias televisoras en el mundo. Hasta los tres días después apareció el gobierno, solo para ordenar que los militares resguardaran los edificios derrumbados y que echaran polvo blanco por que ya daban a todo mundo por muerto. Putos. Por la fácil, era de esperarse del imbécil de Miguel de la Madrid, siempre me cayó mal el pendejo.

En esos días, por ahí del 22 de septiembre sacamos a los niños del milagro del hospital Juárez, eran un montón de bebitos que se habían aferrado a la vida sin nadie que los atendiera y sepultados en toneladas de escombros. El gobierno no le daba ayuda a nadie, incluso si alguien quería seguir sacando gente, era recibido a cachazos por los militares. En fin, pinches estúpidos. La ayuda internacional había llegado, pero veía que nadie la tenía, los equipos de auxilio para la Cruz Roja ni siquiera les habían llegado... El 23 de septiembre, de la Madrid me mandó llamar a Palacio, lo esperé afuera de la oficina, de repente se oye voz fuerte del secretario de Hacienda que demandaba una parte de las cobijas... Lleno de furia me retiré, me valió madre la reprimenda que me iban a pegar... De repente iba por el Patio de Honor y AHÍ ESTABA TOOODA LA AYUDA... Lista para ser repartida entre el gabinete... Al día siguiente, puse sobre el escritorio del Licenciado Bartlett mi renuncia como Jefe de la Oficina del Secretario de Gobernación con carácter de irrevocable...

(Muertes extraoficiales del terremoto: más de 40,000, que Dios las tenga a todas en su gloria)

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